Su madre le pregunta a la nodriza que cómo está el niño.
«Ha dormido bien, ha tomado su papa, está feliz», responde la nodriza.
«Mentira –grita la guagua–, su leche es amarga, mi cama es dura».
Ni la mamá ni la nodriza le entienden. El niño se da cuenta de la incomprensión: «Porque el idioma del que yo hablaba era del mundo del cual yo provenía».
Unos días después, un adivino le dijo a la madre: «tu hijo será un líder, un gran estadista».
«Esa profecía es falsa, porque yo seré músico», gritó la guagua y de nuevo nadie le entendió.
Treinta y tres años después el hombre –ese niño de ayer– se encontró con el adivino.
«Siempre supe que tú ibas a ser un gran músico. Profeticé tu futuro», le dijo el brujo.
«Le creí porque a mí se me había olvidado el idioma de aquel otro mundo».
Este verso final me colmó de asombro. Cuando lo leí por segunda vez me planteé si quizá hay una lengua auténticamente original que traemos «por defecto» y que ya no recordamos los adultos: el idioma de la verdad.
No comments:
Post a Comment