Si además de la dura conciencia, alguien (su jefe, por ejemplo) le recordaba a fulano el episodio anterior, la mayor de las veces, vergonzoso, el aludido sólo tenía una posibilidad de respuesta: «... no me diga nada, jefe». Eso quería decir, por favor no me martirices tú también. «El tonto Morales» adquiría la dimensión de Pepe Grillo, la conciencia de Pinocho.
Para terminar, en el prólogo de esta novela escrito por Volodia Teitelboim, un monstruo de las letras castellanas, éste comete un error de interpretación inaceptable, indigno de su alcurnia. Dice Volodia que «el tonto Morales» es primo del conocido «caldo de cabeza». Nada que ver, primo en tercer grado, y eso. «Caldo de cabeza» refiere a un problema que agobia a alguien y que va creciendo en su mente como una bomba de tiempo. Este último, el «caldo de cabeza» no se relaciona necesariamente con un asunto de conciencia acusadora.
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