Hará unos 30 años leí
un artículo en una revista internacional, que se titulaba «La
Revolución Gris». No
recuerdo exactamente las palabras, ni menos el texto, pero sí el
significado de ese título, que por lo demás me gustó. Lo hallé
imaginativo, creativo.
Los neurolingüistas
dicen que nuestra memoria no retiene frases ni oraciones sino que
guarda contenidos, o sea significados. Así, entonces, traeré al
presente eso que recuerdo y a lo que le hallé harto sentido
entonces, pero ahora más por el paso de los años. La idea de la
nota era que en cualquier momento iba a estallar una revolución
social que iniciarían los viejos. De allí, eso de gris, por
las canas.
El autor de ese texto
observaba que los jóvenes se habían quedado dándose vueltas en lo
mismo y que fueron los abuelos los que tomaron la
vanguardia. El artículo agarró vuelo por la contradicción. Porque de los jóvenes esperamos
ideas nuevas que hagan avanzar la historia. Pero, la nota planteaba
la cuestión al revés, que los viejos empujarían el carro. Esto es
raro, de allí mi interés por cómo se iba a resolver la trama. El
artículo de hace 30 años mencionaba una serie de aspectos en que
los líderes eran viejos y cuyos argumentos hoy carecen de interés.
Para el propósito de esta nota el título fue más valioso que todo
lo que venía más abajo por las coincidencias.
Porque de nuevo estamos
frente al mismo tema. Baste con ver la campaña presidencial en
Estados Unidos: el actual presidente Donald Trump, tiene 74 años
(nació en 1946) y su oponente demócrata es Joe Biden, con 77 (nació en 1942). Los dos son lo suficientemente viejos para
preguntarnos ¿Y los jóvenes? No están ni aparecen en el
horizonte. En cambio en 1960, por ejemplo, la cosa fue distinta, ganó
la presidencia de ese país John Kennedy, a los 43 años, uno de los
presidentes más jóvenes que haya tenido esa nación. ¿Qué nos
pasa, ahora? Nada, ni podemos hacer nada aunque estemos hasta más arriba de la coronilla con la avinagrada revolución gris... querámoslo o
no.
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