El Retrato de Dora Maar (1937), Pablo Picasso. |
Una mesa es eso que está ahí. ¿Tan
así?, se pregunta Bertrand Russell. El filósofo desafía a sus
lectores para que piensen. Sí, la mesa está ahí, pero es la visión
que tenemos desde aquí. Porque, la cosa misma proyecta su imagen en
todas direcciones, así el problema es con cuál me quedo. ¿Y qué
pasa en la oscuridad absoluta? La mesa sigue ahí, pero cómo es.
Tiene superficie y 4 patas, es dura, fría, suave, resistente. Es eso
y puedo seguir, para armar esas características debo mirarlas desde
alguna parte.
Pablo Picasso se enfrentó al mismo
problema. Y resolvió pintando la imagen de una persona como si
estuviera viéndola desde varios puntos a la vez.
Bueno, hemos llegado a las personas. Aquel es
negro, ese otro es chico, la mujer es guapa, ese niño es rubio. Son las imágenes que tenemos de las personas. Cada una de
ellas, sin embargo, es un mundo interior infinito, que no vemos.
De esa dimensión no tenemos imágenes. Entonces, debemos aceptar que
en el caso de las personas hay una realidad imposible de acceder para los demás.
Veamos, quienes me conocen tienen un
patrón, una forma, de lo que ven de mí; sin embargo, pienso que soy
distinto. No es que me mire en el espejo para saberlo, observar una
foto mía o ver un video en que yo aparezco. Para observarme, conocerme y
sentirme debo cerrar los ojos.
En el silencio de un sillón inicio un
recorrido a ciegas, introspectivo de mi cuerpo. Ahí están mis pies tibios,
asciendo, tomo conciencia de mis huesos, mis músculos, mi piel.
Puedo recorrer mi bajo vientre, sentir los huesos coxales que
determinan mi cintura, la calidez de mis intestinos, que no logro
diferenciar de otros órganos, pero están. Mi estómago registra una
ligera acidez y la siento un poquito también en la garganta. Oigo cada pulsación de mi corazón y el aire que entra y sale rosando mi laringe. Mis
brazos están apoyados en el sillón por el antebrazo. Los hombros los sostienen desde arriba, mis 2 huesos
húmeros reposan firmes agarrados de ahí. Los codos curvados me proyectan hasta las
manos. La muñeca con los 8 huesos del carpo, 16 considerando las 2 manos, alineados en orden están ahí porque percibo su tibieza. Mi cabeza descansa con total equilibrio en la primera vértebra, también llamada Atlas, y hasta puedo decir que tengo
conciencia de mi masa encefálica protegida en la bóveda del cráneo. Mis oidos encendidos me reportan el sutil rumor del silencio. Ése es mi
cuerpo físico, distinto al que ven ustedes. Y eso que ni siquiera he abierto el libro de mi yo lleno de experiencias, vivencias,
esperanzas y todavía con páginas en blanco en las que habrá que escribir...Ése soy. ¿Y usted?
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(*) El título de esta nota lo he copiado de un programa de televisión de acertijos de los años 70 que condujo el animador y periodista Enrique Bravo Menadier.
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