Vista de la vía de la Conciliación desde la puerta de la Basílica de San Pedro. (Foto de nuestro archivo). |
Hay una actitud curiosa, me di cuenta, de los seres
humanos cuando ingresamos a un espacio de proporciones altas, en que el cielo
raso queda bien arriba sobre nuestras cabezas. Son alturas que sobrecogen, que
nos reducen al tamaño de una hormiga. Una vez adentro, no nos queda más opción
que levantar la vista y desde nuestro nivel suelo mirar, descubrir, contemplar
y tratar de ver incluso más allá…
Hace uno años tuve la ocasión de ingresar en la Basílica de
San Pedro, polo del catolicismo y en parte de la cristiandad (ustedes saben que
entre las dos palabras, la segunda es mayor; recuerden el cisma de la Iglesia de 1054 y más divisiones
que vinieron después). Para llegar a ese recinto, usted camina desde el centro de Roma y cruza
el río Tíber por algunos de los puentes que conducen a la avenida de la
Conciliación (de un cierto aire a la Diagonal Pedro Aguirre Cerda de Concepción, si se me permite comparar). Por allí se llega a la plaza de San Pedro, enorme espacio rodeado
en elipsis en forma completa ─salvo la avenida principal─ por una columnata (de
Bernini) que transmite la idea de un corredor que te abraza, que te acoge. Y en el punto donde las columnas confluyen
o nacen, de frente al visitante, surge el imponente frontis de la Basílica, con
su maravilloso domo.
Y aquí llego para narrar esa experiencia de cruzar la puerta
y explorar mi propia conducta desde el momento del primer paso… y ver también
si los demás hacían lo mismo. Primero, la vista al frente para abarcar el fondo
situado allá al confín de ese espacio que es la Basílica. Cerca de la mitad se
halla el altar con sus columnas doradas y contorsionadas. Entonces, la mirada
gira a la derecha para leer qué hay al final de ese lado. Detrás de unos
cristales blindados está La Pietá, de Miguel Ángel, una escultura que transmite
todo el dolor de la virgen por su hijo muerto en su regazo. (La estatua
originalmente estaba expuesta sin esa protección, se la podía tocar, hasta
que apareció el mayo de 1972 el loco Laszlo Toth y le causó graves daños a
golpe de martillos). Luego de su restauración fue de nuevo expuesta en su lugar,
pero protegida como lo hemos señalado. Hay tanta gente que se aglomera
ahí para fotos que cuesta tener un segundo para ver la imagen completa.
La Pietá restaurada y restituida. (Foto de nuestro archivo). |
Después uno camina por el pasillo central y la vista
comienza a ascender, ¿qué habrá allá arriba? Aparecen los espacios convexos, arcadas
que se entrecruzan artísticamente, por los lados estatuas en altura que
representan santos y otros personajes celestiales. Estos últimos están en
escorzo para que la vista del espectador no los deforme en la perspectiva desde
el suelo. El cielo raso es un paseo aéreo para el peregrino o el turista.
Uno puede caminar por las áreas públicas, hay otras
con acceso restringido o prohibido, pero existe mucho por recorrer y meditar ahí adentro.
Sin embargo, la tendencia es mirar hacia arriba como si ésa fuera una actitud
propia de un respetuoso visitante. ¿Por qué así? Y la respuesta puede que sea
la esperanza de hallar algo más allá, encontrar una puerta de salvación arriba, la cura de nuestros dolores, de íntima vergüenza por malas
obras, para agradecer dones. Pensamientos
como éstos se suceden cuando uno está allí.
Cuatro momentos de la mirada en San Pedro en Roma. (Fotos de nuestro archivo) |
La belleza del lugar, su significación, la interpretación que
cada uno le da a ese espacio tiene un momento cúlmine cuando los ojos descubren una entrada directa de luz a través del techo. Un haz cae inclinado dependiendo del día del año o la hora en que usted está ahí. Es la iluminación del cielo
azul o del sol, diremos todos. Pero, en el ámbito personal, es un momento de extensión del horizonte interior y miramos ese detalle con los ojos de la fe,
el mayor don que nos regala el Amor y que es un misterio.
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