Tintero y lapicera de madera con sus respectivas plumas. (Foto internet). |
La modernidad dejó fuera de uso una serie de prácticas, pero
en el conversar cotidiano seguimos como si existieran. Por ejemplo, decimos «se
me quedó en el tintero» para referir algo que se nos olvidó plantear. La
expresión supone que una palabra no alcanzó a tomar forma y se quedó convertida
en tinta dentro de la botella que la contenía (la tinta). Pero, hace más de 60
años que nadie tiene un tintero en su casa. Eran pequeños frascos de boca ancha
con tapa atornillada en los que se untaba la punta de la pluma para proseguir
la escritura. Un complemento indispensable para escribir con esa técnica era el
papel secante, que absorbía el exceso de tinta desde la superficie sobre la que
se escribía. También se decía, aunque no ahora, que alguien era «papel secante» como apodo de aquellos que levantaban el codo con demasiada frecuencia.
El secante, muy útil para evitar el derrame de la tinta. (Foto internet). |
Hay palabras relativamente más recientes que ya están
obsoletas por esto de los cambios en la tecnología. Por ejemplo, «discar» un
número de teléfono. No, ninguno de esos aparatos de comunicación de hoy tiene
disco como esos de color negro, que se los hacía girar para marca tal o cual
número. Pero, mucha gente usa la palabra, todavía.
Menos valor hay en la voz «sintonizar» para emplearla en el
uso de la radio o de la televisión. Aquella era una manera lineal de ir de una
estación a otra desplazando la aguja del dial o el sintonizador de la tele. En
la actualidad basta con ingresar el
número correspondiente a la frecuencia directamente al aparato o el control
remoto para llegar sin tener que navegar con la aguja de extremo a extremo.
Y debe haber muchas más que se van quedando en el uso
verbal, pero cuya práctica desaparece por completo. Se pegan por largo tiempo como
fósiles enredadas en las extravagancias del lenguaje. Al final, son como los walking deads de nuestro vocabulario.
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