Sunday, April 10, 2011

LA PEQUEÑA REINA DE UNA VENDIMIA EN PORTEZUELO

     Mariluz de ocho años (foto) bajó corriendo la pendiente de la loma porque quería estar pronto cerca de su abuelo, don Arturo, y de don Arcadio, su padre; quienes estaban en el plan vigilando el trabajo de la vendimia, el primero; y cortando racimos, el segundo, junto a otros 18 trabajadores enganchados en el vecindario de Portezuelo. Abril desparramaba la luz del sol sobre las parras cafés, amarillas y anaranjadas. Cada planta de vid entregaba a manos llenas su carga de uva blanca Italia saturada de dulzura y aroma de otoño. Las manos ásperas y oportunas de los vendimiadores retiraban cuidadosamente cada uno de los racimos enredados entre los sarmientos y la veleidosa trepadora corre-vuela. Mariluz sentada en un cajón cerca de su abuelo recogía flores silvestres.

        Elegía unas diminutas de un vivo color rosado y entreveraba otras de fuerte tono violeta. Luego las organizaba en un ramo improvisado y lo mostraba a quien quisiera o a quien pudiera interesarle en ese ajetreo. En aquellas manos finas de una niña delicada, la maleza se convertía en una paleta de acuarela. Sin saberlo y sin que nadie lo propusiera: Mariluz era la pequeña reina de esa vendimia de Portezuelo. 
        Entre las vides imperaba un coro de chistes, bromas, historias y anécdotas. Con la boca hablando y con las manos trabajando decía en voz alta una de las laboriosas vendimiadora. Muchos reían, unos escuchaban música en sus mp3 y otros atendían llamadas en sus celulares. Los enganchados aceptaron participar en este trabajo temporal y entretenido a la vez. Sabían del rigor de recoger la uva bajo el sol y trasladar por sus medios los voluminosos cajones repletos de producto al lugar de acopio y pesaje. Don Arturo les ofreció una paga que fue consensuada, por ocho horas de labor complementada con desayuno almuerzo y cena, comida hecha en casa. Justamente allí su esposa y sus hijas destinaban horas de quehacer en preparar alimentos para la familia y los trabajadores. En el almuerzo los vendimiadores hacían comparaciones de la uva de este año con las de temporadas anteriores. “Esta vez recogeremos la mitad de lo que cosechamos el año pasado porque esta temporada fue mala para la uva”, dijo con firmeza el experimentado don Arturo. 
     Terminado el abundante y sabroso almuerzo, todos regresaron a la viña para completar la otra mitad de la jornada. Mariluz encabezaba el séquito corriendo por la empinada loma. Pronto llegó el camión para llevar la partida de cajones rumbo a la refriega. Y en la tarde, el otoño jugó su rol de transición entre el verano y el invierno. En una hora el cielo se cubrió de nubes inocentes al comienzo. Después se presentó una brisa fresca que bajó de las alturas. A una orden de su abuelo, Mariluz corrió como una pequeña gacela loma arriba, a la casa a buscarle un chaleco. Las abejas en número creciente y procedentes de ninguna parte aprovechaban la dulzura depositada en los cajones para regresar cargadas de néctar a sus panales. Algunas murieron en el intento al clavar sus dolorosos aguijones en los dedos de vendimiadores. Manos hinchadas y enrojecidas por la alergia debieron, pese a la molestia, continuar con las tareas. Fue Mariluz la que subió veloz a la casa a buscar un anti inflamatorio para suministrar alivio a las víctimas de los lancetazos ponzoñosos. «Continuaremos mañana», voceó don Arturo (la persona con gorro en la foto de arriba) a los vendimiadores dispersos en el terreno. Así, el último cajón del día rebosante de uva fue alineado en la hilera. Las cajas y su carga quedarían allí a la intemperie esperando la venida del camión a la mañana siguiente. Camino a la cena. En el comedor de la casa de don Arturo, el ambiente se inundó nuevamente de chistes, anécdotas e historias.
     «Mañana de seguro que terminaremos por sacar el último cajón de uva de esa hectárea de viña», dijo el más veterano de los vendimiadores. ¡Seguro!, respondieron los otros en la mesa. Después, a la camioneta porque don Arcadio los esperaba para llevarlos a todos de vuelta a Portezuelo. Cumplido ese propósito, éste regresó al campo con una botella de ron, una de gaseosa y un trozo de carne de res, para una moderada celebración del inicio de la vendimia con su círculo más cercano.

     Entonces se inició la última etapa: la tertulia de esa jornada intensa de trabajo duro. Mariluz y su hermanita, agotadas y bostezando se despidieron de los contertulios y se retiraron acompañadas de su madre. La noche de otoño cumplió su        promesa de lluvia ligera lo suficiente para lavar la uva y sujetar el polvo del camino, según el juicio certero de don Arturo. Ya a esa hora, la pequeña reina de la vendimia dormía exhausta de tanto jugar y correr entre las generosas vides de Portezuelo.
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En la foto de abajo, el autor de esta crónica.