Monday, November 09, 2009

MI VIAJE AL OTRO LADO DEL MURO DE BERLÍN


El muro captado con mi cámara.
        El día en que crucé el muro de Berlín para entrar en Alemania del Este tuve que pasar por una puerta estrecha y presentarme en una sala donde había un oficial del ejército alemán pro soviético. El militar tomó mi pasaporte y otros papeles que me dio el gobierno federal alemán. No me habló, pero me miró un buen rato, como queriendo leer mis pensamientos. Luego se concentró en los papeles y finalmente me dio la autorización. Crucé una reja, seguí por un pasillo angosto y desemboqué directo en una calle de Berlín Oriental.
      Caminé hacia el centro de la ciudad. Se podía ir por la calzada, porque no pasaban autos. Calles vacías. Al cabo de unos minutos de marcha, pasé frente al hermoso edificio del ayuntamiento, construido con ladrillos, una joya de la arquitectura germana. Seguí caminando hasta que llegué al referente máximo de la ciudad, la torre de comunicaciones, que tenía una gran esfera en la parte superior, coronada por una enorme aguja.
     Allí por primera vez me encontré con un grupo de alemanes del este. Era gente joven, las mujeres vestidas a la moda y los hombres todos en uniforme del ejército. Este grupo enorme de unas doscientas personas, estaba haciendo cola para ingresar a un subterráneo. Averigüé de qué se trataba. Esperaban su turno para entrar en una disco para bailar y divertirse. Llovía y ellos se cubrían con impermeables y paraguas. No les importaba el sacrificio si al fin ingresarían al apetecido lugar, previo retirada de los que los habían antecedido. Eran como las cuatro de la tarde.

El autor de esta nota en Berlín Oriental.
        Después me dirigí a un museo que tenía sus puertas abiertas al público. En uno de sus muros me encontré con una pintura que representaba al poeta chileno Pablo Neruda y a la salida había venta de merchandising. La ciudad era preciosa, pero carente de presencia humana suficiente como para pensar en una ciudad habitada. No tuve más tiempo para seguir recorriendo, la tarde se terminaba y debía regresar a prisa a la puerta para poder regresar a Berlín Occidental, donde el bullicio, la multitud y los grupos de pandilleros cabeza rapada pedían limosnas y se mofaban de la gente.
       En las imágenes de la caída del muro, veinte años después, se ve a la gente pasándose para el oeste. Pero, hoy día sin duda, la multitud se fue para el otro lado, donde la ciudad era una desolación.

Tuesday, November 03, 2009

LOTA Y LA PLAYA DEL CHAMBEQUE


   Un gerente de aspecto como sacado de Subterra me recibió muy sonriente en su oficina de la entonces empresa Enacar de Lota. Me atendió en mi calidad de reportero de El Diario Color de Concepción.
   El despacho del gerente era muy espacioso y pulcro, demasiado para los estándares lotinos. De un lado miraba hacia una calle de tierra y de atrás se conectaba con las faenas de extracción de carbón a través de un enorme patio lleno de máquinas unas operativas, otras abandonadas, de la revolución industrial. Ese patio enorme remataba en una playa de arenas amarillas, mar azul y olas espumosas brillando bajo el sol de diciembre.
     Esa playa hermosa, chiquita de un largo no mayor de 50 metros y flanqueada por dos enormes peñones, que le servían de rompeolas, llamó mi atención y mi mirada seguía pegada en ella haciendo abstracción total de las maquinarias de museo aún en uso productivo. Tampoco le daba mucha bola a lo que me hablaba el gerente.
   Salimos al patio conversando y el tipo se dio cuenta de mi atención concentrada en la playa. «Bueno esa playita es de nosotros, pues», me dijo sin disimular orgullo. Y siguió: «Pero, como está en el área industrial, no viene gente. Además tenemos guardias y nadie querría bañarse un día cualquiera vigilado por un equipo de celadores», me dijo el gerente, como para desalentar una posible solicitud de algún permiso especial de mi parte para un fin de semana veraniego. Aunque el uso libre de las playas está garantizado en la constitución.
     En todo caso, pese a los elementos de la industria que la rodean es una linda playa, le dije para halagar al gerente, aunque en belleza natural el lugar se lo merecía con creces. ¿Cómo se llama?, le pregunté. «Es la playa del 'Chambeque'», me dijo muy orondo y seguimos hablando de la materia que me había llevado a Lota: los nuevos volúmenes de extracción de carbón.
   Terminada mi tarea de reportero y cuando regresábamos a la oficina del gerente, caminando por ese patio, le dije: curioso el nombre de la playa, «Chambeque», ¿por qué le habrán puesto así?Y el gerente me respondió:
    «La verdad es que no sé el origen. Pero, es seguro ahí antes debió haber un ‘Chambeque’».
  (¿Perdón?, pensé.) No más preguntas y con esa respuesta, bien anotada en mi libreta, regresé al diario.